Hoy en día, es cada vez más común que las personas experimenten y manifiesten un sentimiento de desprecio hacia los hechos factuales y la ciencia. Dicho rechazo generalizado hacia el conocimiento, ha sido llamado por diferentes autores como antiintelectualismo. Desafortunadamente, esta tendencia social influye en diversos ámbitos de nuestra vida política y cultural, generando efectos significativos en la forma en que pensamos y nos relacionamos con nuestra realidad cotidiana.
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El antiintelectualismo se basa en la falaz premisa de que la democracia implica que ‘la ignorancia tiene el mismo valor que el saber’. Como resultado, la ignorancia es enaltecida mientras que el conocimiento y la razón son desacreditados (Asimov, 1980).
En relación a esto, algunos autores consideran que factores como el creciente dominio de la cultura audiovisual en detrimento de la cultura escrita; la existencia de una brecha entre el nivel de educación formal alcanzado y la precaria comprensión de conceptos educativos básicos; así como la fusión entre el rechazo a la razón y el desprecio hacia el intelecto; están ocasionando una constante reducción en los estándares de sabiduría en nuestras culturas (Williams, 2014).
Debido a esto, es importante examinar las posibles causas y consecuencias del antiintelectualismo en nuestras sociedades, con el objetivo de fomentar un diálogo constructivo sobre la importancia del pensamiento crítico y el valor de la búsqueda del saber en el mundo actual.
¿Qué es el antiintelectualismo?
El antiintelectualismo se caracteriza por el rechazo hacia la ciencia, las artes y las humanidades, siendo reemplazadas por el entretenimiento, la autosuficiencia, la ignorancia y la credulidad deliberada (Williams, 2014).
Esta actitud de rechazo a la sabiduría y al pensamiento intelectual no es exclusiva de una sola nación. Por el contrario, existe una vasta y arraigada tradición de antiintelectualismo que se ha infiltrado en el entramado político y social de diversas sociedades.
En este sentido, el periodista Charles Pierce afirmaba que el surgimiento de la idiotez en la sociedad actual representa la ruptura de un consenso que consideraba que la búsqueda del conocimiento era un bien. De esta manera, se populariza la idea de que las personas en las que menos deberíamos confiar son las que mejor saben de lo que están hablando, ya que en la era de los nuevos medios, todos y todas se consideran expertos (Williams, 2014).
De esta manera, el antiintelectualismo se manifiesta como un resentimiento y desconfianza hacia la vida intelectual y aquellos que la representan, junto con una disposición a minimizar el valor de dicha vida (Lugris, 1963). Así, se menosprecia la importancia del conocimiento profundo, la reflexión crítica y el pensamiento racional, favoreciendo, en cambio, creencias superficiales, opiniones infundadas y la confianza en fuentes no verificadas.
Esta actitud limita el progreso científico, el desarrollo cultural y el avance de las ideas, fomentando la desinformación y la propagación de teorías de conspiración infundadas, al socavar la confianza en la evidencia y el consenso científico. Además, promueve la polarización y el rechazo a la experiencia y el conocimiento especializado, dificultando la toma de decisiones informadas en ámbitos como la política y el gobierno.
El antiintelectualismo como rechazo al ‘elitismo intelectual’
Una característica distintiva del antiintelectualismo es su rechazo al llamado ‘elitismo intelectual’. Este fenómeno se manifiesta en la crítica y burla hacia aquellos considerados como «intelectuales relamidos» o ‘élite intelectual’ (Asimov, 1980). A lo largo de la historia, muchas figuras políticas se han aprovechado de este rechazo, generando fuertes aplausos de su público.
Esta actitud de rechazo al elitismo intelectual se basa en la idea de nivelar las diferencias y minimizar la importancia del conocimiento especializado y la dedicación al aprendizaje, con el supuesto fin de enaltecer a las personas comunes. Para ello, se desprecia la búsqueda del conocimiento profundo y se ridiculiza a aquellos que se destacan por su intelecto y logros académicos (Williams, 2014).
Es muy importante reconocer que el rechazo al elitismo intelectual tiene consecuencias negativas. Al desvalorizar la importancia de la educación y el conocimiento, se limita el avance de la sociedad en campos como la ciencia, la cultura y la innovación. Además, se socava la confianza en los expertos y se promueve un pensamiento simplista y superficial que puede conducir a decisiones erróneas y perjudiciales.
El rechazo a la inteligencia y a la educación promovido por el antiintelectualismo
Una de las características distintivas del antiintelectualismo es su rechazo a la inteligencia y a la educación, promoviendo actitudes despectivas hacia aquellos que buscan el conocimiento y se esfuerzan por desarrollar su intelecto. En la actualidad, solo una pequeña fracción de la población, parece estar interesada en ejercer su derecho al conocimiento. Paradójicamente, aquellos que lo intentan son a menudo acusados de ser elitistas (Williams, 2014).
En muchas sociedades americanas, existe una cultura en la que se exaltan las capacidades atléticas y cualidades físicas, mientras que los estudiantes bien educados e intelectuales son frecuentemente llamados ‘nerds’, ‘dweebs’, ‘dorks’ y ‘geeks’ en las escuelas públicas y los medios de comunicación. Estas y estos estudiantes son objeto de acoso constante e incluso agresiones por parte de las y los más populares, simplemente por mostrar abiertamente su intelecto (Williams, 2014).
De esta manera, el antiintelectualismo promueve el rechazo a la inteligencia y la educación, generando actitudes despectivas hacia aquellos que buscan el conocimiento y desarrollan sus capacidades intelectuales. Estas condiciones socavan el valor de la educación y el intelecto, limitando el progreso y fomentando la desconfianza hacia los expertos. Por este motivo, es importante reconocer los efectos perjudiciales de esta mentalidad, y promover una cultura que valore y fomente el aprendizaje, el pensamiento crítico y el respeto por el conocimiento.
Desconfianza ante la ciencia
Es importante señalar que la suspicacia hacia intelectuales y expertos no es siempre un sentimiento del todo injustificado. La pérdida de credibilidad de unas cuantas y cuantos científicos, teóricos y profesionales en diferentes campos, ha logrado minar la confianza en la comunidad intelectual en general. De esta manera, la corrupción, los discursos sin fundamentos sólidos y la falta de buenas razones en sus argumentos han llevado a que políticos, abogados, jueces, psicólogos, educadores, comunicadores sociales y otros profesionales sean vistos con creciente desconfianza e incluso rechazo (Cañaveral, Vélez, Rengifo, 2018).
Un ejemplo de este fenómeno lo podemos encontrar en aquellas y aquellos académicos que se identifican como pertenecientes a corrientes filosóficas ‘posmodernistas’ y relativistas. Mismos que emplean discursos deliberadamente oscuros, ambiguos e incoherentes para presentar sus teorías y conclusiones. De esta manera, hacen un uso incorrecto e inapropiado de conceptos científicos de otras disciplinas, con el fin de validar sus propias teorías. Estos discursos se caracterizan por su desconexión con pruebas empíricas y su relativismo cognitivo y cultural, considerando que la ciencia es solo una narración o una construcción social.
Además, existen casos dentro de las ciencias sociales, donde se observa una falta de rigor en la formulación de teorías. En dichos escenarios, en lugar de basarse en criterios de verdad y objetividad propios de cada disciplina, se recurre a símbolos y fórmulas para conferir una apariencia de complejidad y erudición a las ideas. Esto conlleva a una falta de claridad conceptual, metodológica y epistemológica, lo que resulta en teorías confusas y carentes de fundamentos sólidos (Cañaveral, Vélez, Rengifo, 2018).
Estas situaciones dan como resultado que algunas disciplinas académicas sean criticadas por su falta de claridad, su verborrea y la ausencia de rigurosidad en sus planteamientos, lo que alimenta el fenómeno del antiintelectualismo.
El antiintelectualismo y el rechazo al conocimiento como herramienta de control político
El antiintelectualismo ha sido utilizado como una poderosa herramienta de control político, afectando diversas esferas de la sociedad.
Dentro del ámbito académico, distintas sociedades y gobiernos han dejado de educar a las personas dentro de las universidades, para simplemente entrenarlas en conseguir empleo. Esta visión limitada de la educación reduce su valor como un espacio para el desarrollo crítico y el pensamiento independiente (Williams, 2014).
Por otro lado, el difamar y desacreditar a los intelectuales para sembrar desconfianza y temor hacia el pensamiento crítico y las instituciones educativas, es una estrategia muy utilizada en diferentes momentos de la historia, por movimientos extremistas y religiosos que desean mantener a los pueblos desinformados y susceptibles a las ideas que ellos les presentan (Lugris, 1963).
En la actualidad, el antiintelectualismo ha encontrado un espacio en las redes sociales y en los medios de comunicación, donde se difunden discursos que propagan la negación dogmática de la ciencia y el conocimiento tradicional. Esto forma parte de una narrativa política hegemónica que busca erosionar la confianza en las instituciones académicas y en el conocimiento experto. En este sentido, es posible hablar de una compleja conexión entre el antiintelectualismo, la ideología nazi-capitalista y la psicopolítica. Dentro de este escenario, se utilizan las redes de comunicación y el Big Data para ejercer control sobre las personas, promoviendo discursos monológicos y negacionistas que buscan socavar el conocimiento reconocido públicamente (Galeffi, 2019).
De esta manera, el antiintelectualismo surge como una herramienta de control político y social al desacreditar la educación, difamar a los intelectuales y promover la desconfianza hacia la ciencia y el conocimiento. Esta estrategia busca debilitar la capacidad crítica de la sociedad y perpetuar una narrativa que beneficia a ciertos intereses políticos y económicos.
El antiintelectualismo y el rechazo a una cultura basada en hechos
El antiintelectualismo promueve el desarrollo de una sociedad basada en opiniones y especulaciones en lugar de hacerlo sobre hechos factuales y evidencia científica. En la actualidad, existe una preocupante tendencia hacia la ignorancia y la aversión hacia el conocimiento sustancial en favor de la cultura digital y las redes sociales. Esta tendencia ha llevado a la proliferación de una generación que carece de la habilidad y disposición para leer y analizar información de manera crítica. De esta forma, nos encontramos frente a una sociedad en la que la opinión personal y el ruido mediático se valoran más que los hechos respaldados por la evidencia científica (Williams, 2014).
En esta sociedad antiintelectual, el papel de la prensa libre se ve reducido prácticamente a la nada, ya que apenas hay personas dispuestas a leer y buscar información de calidad. Por otro lado, se da prioridad a los comentarios impulsivos y las confrontaciones personales en lugar de un diálogo fundamentado en argumentos racionales y lógicos. En otras palabras, la voz más fuerte y estridente a menudo prevalece sobre la voz más informada y reflexiva (Williams, 2014).
Este problema se agrava en el entorno en línea, donde prevalece la mentalidad de masa. Los antiintelectuales se convierten en una turba enojada y violenta cuando alguien desafía una de las creencias de la multitud o publica algo que está fuera de los valores limitantes del grupo. Esta dinámica fomenta un entorno tóxico en el que se desalienta la diversidad de opiniones y se persigue a aquellos que se atreven a cuestionar o presentar ideas contrarias (Sidky, 2018).
Antiintelectualismo y la era de la posverdad
Esta cultura antiintelectual también está influenciada por la preferencia de la sociedad por la trivialidad, el entretenimiento y el consumismo desenfrenado. La comodidad y la inmediatez del entorno en línea fomentan la complacencia intelectual, donde las personas aceptan sin cuestionar, y creen sin evaluar las opciones. Esto lleva a un debilitamiento de la capacidad de discernimiento y a una falta de habilidades para distinguir entre reclamaciones contendientes y diferenciar entre hechos y opiniones (Sidky, 2018).
Como resultado, nos encontramos en una era de ‘posverdad’ confusa y aterradora, donde la desinformación, las noticias falsas, las teorías de conspiración y el pensamiento mágico prevalecen. Así, las ideas infundadas e irracionales prosperan y son ampliamente aceptadas, lo que plantea numerosos peligros tanto para el bienestar individual como para el de la sociedad en general.
En este sentido, la tolerancia hacia el irracionalismo y la falta de alfabetización científica representan múltiples peligros. Es peligroso para el bienestar individual, ya que muchas personas han perdido sus vidas confiando en curas médicas alternativas falsas y han sufrido pérdidas económicas al creer en psíquicos y charlatanes. Además, la aceptación de la irracionalidad amenaza el bienestar de nuestra sociedad en su conjunto.
Desafortunadamente, los defensores del pensamiento sobrenatural, las doctrinas antiintelectuales y las creencias medievales, junto con las ‘formas alternativas de conocimiento’ que desafían nuestra inteligencia y sensibilidades, se están volviendo cada vez más ruidosos y arrogantes en su afirmación de que la ciencia está obsoleta. Esta postura, que deslegitima la ciencia y la racionalidad, argumenta que las condiciones del conocimiento hacen que la verdad y la falsedad de las afirmaciones sean relativas al contexto cultural y social; por lo que rechaza la noción de que el conocimiento científico depende de la evidencia empírica objetiva (Sidky, 2018).
¿Cómo combatir el rechazo al conocimiento que implica el antiintelectualismo?
Para combatir el rechazo al conocimiento que implica el antiintelectualismo, es necesario fomentar una cultura que valore y promueva el aprendizaje.
En este sentido, es fundamental invertir en sistemas educativos sólidos que fomenten el pensamiento crítico, la alfabetización científica y la capacidad de discernir entre información válida y desinformación. Esto implica mejorar la formación de los docentes, proporcionar recursos educativos adecuados y promover la participación activa de los estudiantes en el proceso de aprendizaje.
Además, es esencial cultivar la pasión por aprender desde temprana edad. Esto se puede lograr a través de programas educativos que estimulen la curiosidad, la investigación y el pensamiento creativo. También es importante brindar acceso a bibliotecas, museos, espacios de aprendizaje y oportunidades de exploración fuera del aula.
En un mundo inundado de información, es crucial que las personas desarrollen habilidades para evaluar de manera crítica la validez y la confiabilidad de las fuentes de información. Esto implica enseñar a los individuos a buscar evidencia sólida, a reconocer sesgos y a comprender cómo los medios de comunicación pueden influir en la percepción de la realidad.
También es importante fomentar un ambiente en el que las personas se sientan seguras para expresar sus ideas y opiniones sin temor a la confrontación o al ridículo. El intercambio de ideas y el debate constructivo son fundamentales para el avance del conocimiento y la comprensión mutua.
Por su parte, los científicos y académicos deben esforzarse por comunicar de manera efectiva sus investigaciones y descubrimientos al público en general. Esto implica utilizar un lenguaje claro y accesible, evitando el uso excesivo de tecnicismos y jerga especializada. La divulgación científica también debe abordar las preocupaciones y preguntas comunes de la sociedad, estableciendo puentes entre la ciencia y la vida cotidiana.
Referencias:
- Asimov, I. (1980). A cult of ignorance. Newsweek January 1980 [Documento PDF] aphelis.net
- Cañaveral, D., Vélez, B., Rengifo, C. (2018). Antiintelectualismo académico y político frente a rigor y verdad. La importancia de las humanidades y los presupuestos filosóficos de La República de Platón para superar la crisis de las ciencias sociales. Revista Guillermo de Ockham, volumen (16), número (2). dialnet.unirioja.es
- Galeffi, D. (2019). O anti-intelectualismo nazi-capitalista emergente e o papel do conhecimento científico, filosófico, artístico e místico como resistência crítica e criadora na difusão social do conhecimento. Revista de Cièncias Humanas e Sociais. cloudfront.net
- Lugris, R. (1963). El anti-intelectualismo en los Estados Unidos. Boletín del Seminario de Derecho Político. boe.es/
- Sidky, H. (2018). The War on Science, Anti-Intellectualism, and ‘Alternative Ways of Knowing’ in 21st-Century America. Skeptical Inquirer, volumen (42). archive.org
- Williams, R. (2014). Anti-Intellectualism and the «Dumbing Down» of America. Psychology Today. webarchive.loc.gov
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