Críticas a la conceptualización de la enfermedad mental

La conceptualización biomédica de enfermedad mental ha recibido diversas críticas teóricas y científicas. A continuación, una síntesis.

El desarrollo de la psicopatología como una disciplina científica ha permitido una mejor comprensión de los trastornos mentales, desde un prisma epidemiológico y clínico, así como un claro avance en las técnicas terapéuticas diseñadas para combatir dichos padecimientos. No obstante, la categorización de los fenómenos psíquicos y conductuales anormales, no convencionales o desadaptativos respecto al medio, como expresiones de alguna clase de enfermedad mental ha sido objeto de diversas críticas por parte de algunos sectores.

Desde objeciones en contra de las nociones teóricas que justificarían el enfoque clínico y médico -el modelo biomédico, con una enorme influencia de la psiquiatría-; hasta la exposición de las repercusiones nocivas que implica la patologización y psicologización del comportamiento anormal. Las críticas al concepto mismo de enfermedad mental no son precisamente nuevas; encontrando oposición, incluso dentro de la propia comunidad de especialistas de la psicología y de la salud.

Debido a esto, es importante analizar algunos de los argumentos más importantes en contra del enfoque psicopatológico. Esto, con el fin de disponer de una mirada más detallada y situada, del modelo imperante, considerado por muchos el único camino para evaluar e intervenir en lo psicológico.

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Del castigo divino y la posesión a la enfermedad mental

Por siglos enteros, los fenómenos psíquicos y conductuales anormales eran comúnmente atribuidos a causas sobrenaturales. La ‘locura’ se consideraba, muchas veces, como un castigo divino o como el producto de algún tipo de posesión o mediación demoníaca o paranormal. No obstante, aún en la antigüedad, existieron personajes que intentaron ver en estos fenómenos la manifestación de desórdenes orgánicos, muy parecidos a las enfermedades físicas, estudiándolos a partir de una perspectiva científico-racional (Succhi, 2013).

En este sentido, la concepción de la anormalidad psicológica como una enfermedad, constituyó y aún constituye, un elemento de suma utilidad para la investigación y tratamiento de los trastornos mentales; ya que ayuda a trazar un límite claro entre las teorías generadas por la superstición y el miedo, y el conocimiento extraído de las evidencias científicas y estadísticas. Aun así, distintos profesionales y analistas han demostrado la imperfección de este modelo; exponiendo fallas notables tanto en su formulación como en su ejecución dentro del mundo real.

Críticas al modelo organicista de la enfermedad mental

En su libro ‘El mito de la enfermedad mental‘, el psiquiatra Thomas Szasz destacó la idea de que la mente no es un órgano como el estómago o el corazón; y que muchos de los trastornos mentales no tienen un correlato orgánico con alguna estructura específica; aun cuando se teorice que estas existen en alguna parte del cerebro. De esta forma, cuando los especialistas hablan de enfermedad mental, lo hacen solo de forma metafórica, por medio de un constructo para describir una conducta perturbadora (Szasz, 1974). 

De acuerdo a esta postura, la categoría de enfermedad mental no debería existir, ya que los padecimientos relacionados con el deterioro del cerebro, como la demencia, o a una variación química, como la depresión endógena, son enfermedades orgánicas; mientras que todos aquellos que no pueden ser relacionados con una causa biológica o genética definitiva, son solo conductas o comportamientos que la sociedad considera disfuncionales, anormales o desagradables (Szasz, 1947).

Cabe aclarar que esto no significaría que condiciones como la ansiedad, la bulimia o las fobias no son fenómenos reales. Sin embargo, de acuerdo a estas críticas, este tipo de afección psíquica no debe considerarse una enfermedad; por lo que tampoco corresponde ser tratada como tal (Vásquez, 2011).

Críticas a la clasificación y el diagnóstico de la enfermedad mental

Una de las críticas más importantes que se realizan a la postura de la psicopatología, es que la descripción de los descubrimientos clínicos sobre una enfermedad mental suele recurrir a la interpretación subjetiva, sin contar con una terminología uniforme. Por tal motivo, existen importantes discrepancias en el diagnóstico de las mismas; debidas a la gran cantidad de hipótesis y sobrentendidos que se presentan como hechos comprobados. De esta forma, es común que la etiología de los diversos trastornos esté fundada en la especulación; mientras que la clasificación se base principalmente en manifestaciones sintomáticas (Vásquez, 2011).

Un aspecto ya destacado por el Doctor Szasz, es la tendencia de la enfermedad mental a evolucionar en sus diagnósticos de acuerdo, a factores sociales y culturales (Szasz, 1974). Actualmente, dicho fenómeno es visible en los cambios que ha sufrido la clasificación de los trastornos mentales en los manuales diagnósticos; donde la homosexualidad y la transexualidad ya no se consideran patologías, y el síndrome de Asperger ahora se clasifica dentro del espectro autista.

Por otro lado, las y los propios profesionales de la psiquiatría y la psicología clínica, han abordado la conceptualización de la enfermedad mental desde una perspectiva mucho más crítica. Expertos y expertas han propuesto que solo la psicosis y los trastornos mentales endógenos se pueden considerar como enfermedades, ya que cumplen los criterios de la medicina. En lo referente a las demás afecciones psicológicas de origen ambiental, psicosocial o mixto, serían llamados simplemente trastornos (Ruiloba, 2003).

Críticas al tratamiento de la enfermedad mental

Una de las críticas más antiguas dirigidas al modelo de la psicopatología, es el tipo de tratamientos que implica el ver la singularidad psicológica y comportamental como una enfermedad que debe ser curada.

Desde el siglo XVII, la reclusión fue la primera respuesta a lo que se consideraba ‘locura’; eligiendo alejar de la sociedad a los individuos que no encajaban en ella. A partir de este periodo, los asilos y manicomios se transformaron, tanto en reclusorios para inadaptados, como en laboratorios donde diversos especialistas estudiaban e intentaban eliminar la conducta anormal (Stucchi, 2013). Dentro de estas instituciones, surgieron todo tipo de tratamientos terapéuticos que sometían a los pacientes a diversas clases de técnicas experimentales; tales como la sedación, la terapia de electroshock o incluso la lobotomía (Vásquez, 2011).

Aunque hoy en día, muchas de dichas prácticas han sido reguladas o prohibidas; la tentación de eliminar los síntomas de una afección psicológica reactiva, como el duelo o el estrés, a partir de medicamentos o tratamientos invasivos, persiste; dando lugar a la patologización de diversos problemas de la vida cotidiana.

La categorización de enfermedad mental como fuente de estigmatización

La categorización de las variaciones psíquicas y conductuales como enfermedades mentales, no solo ha sido considerada inadecuada; sino también, como directamente nociva para el bienestar de las personas afectadas. Una de las críticas más importante formulada en este sentido es la de someter a los individuos identificados como portadores de alguna enfermedad mental a la discriminación y abusos de las personas que los rodean (Stucchi, 2013). En muchas ocasiones, los trastornos mentales se encuentran culturalmente ligados a prejuicios importantes. Por ejemplo, una persona que se encuentra elaborando un duelo, puede ser considerada como inadecuada para realizar su trabajo, si se le identifica como un paciente con depresión. De igual forma, un individuo con autismo leve puede ser confundido con alguien que no puede ser independiente, si se le estigmatiza como alguien enfermo.

La estigmatización es una de las barreras más importantes para el desarrollo de servicios comunitarios y la integración de personas afectadas por algún tipo de padecimiento psicológico o alguna clase de condición cognitiva diferente. El considerar las variaciones psíquicas como enfermedades mentales, no solo expone a muchas mujeres y hombres relativamente saludables a la discriminación de los demás, sino que, además, contribuye al desarrollo de un proceso de autoestigamatización, donde las personas aceptan y vuelven contra sí los prejuicios externos (Arnaiz, Uriarte, 2006).

El control y manipulación social a través de la noción de enfermedad mental

Un elemento importante a considerar sobre el modelo de la patologización de los estados psíquicos alterados, es la tergiversación del sentido de enfermedad mental por parte de ideologías sociales, religiosas y políticas de muy diversa índole.

El filósofo y psicólogo Michael Foucault, llegó a sugerir que diversos gobiernos occidentales han utilizado la institucionalización de los enfermos mentales a lo largo de la historia como una forma de purgar a la sociedad de sus miembros más indeseables (Foucault, 1964).

De igual forma, Szasz, consideraba que los primeros hospitales psiquiátricos los diseñó la clase aristocrática con el fin de evitar que sus parientes alienados despilfarraran la fortuna familiar (Szasz, 1974).

Por otro lado, existen ejemplos como los hospitales-prisiones soviéticos, donde los disidentes políticos de la Unión Soviética eran diagnosticados como esquizofrénicos para luego ser confinados y sometidos a medicación intensa y electrochoques (Stucci, 2013).

En este sentido, la designación de enfermedad mental es aprovechada y reinterpretada por un determinado régimen, con el solo objeto de controlar la expresión de aquellos que son diferentes. De esta forma, es la sociedad la que es tratada como un organismo enfermo al que se le extirpan los miembros que se consideran indeseables al orden establecido. Un orden que, por supuesto, solo beneficia a unos cuantos.

La patologización de la vida cotidiana

Una de las críticas especialmente relevante en el mundo actual, es la tendencia a considera como enfermedad mental situaciones que son completamente comunes y normales. Este es el caso del tratamiento de procesos como duelos, infelicidad, soledad o estrés, a través de fármacos o algún otro tipo de intervención clínica (Sánchez, et.al 2011).

La promesa de un estado de felicidad y plenitud continua a la que nos exponen los medios y las redes sociales -en esta sociedad neoliberal basada en el consumo-, ha generado un impulso constante por rechazar cualquier tipo de malestar en nuestras vidas; buscando alternativas rápidas de alivio. La categorización de las variaciones psicológicas y emocionales como enfermedades mentales genera la ilusión de que los problemas de la vida son una cuestión anormal que se puede curar. Lo que implicaría que la solución a todos nuestros sufrimientos podría consistir en solo tomar una pastilla diaria.

Desafortunadamente, los criterios diagnósticos vigentes en la clínica actual no son capaces de definir claramente los límites de lo patológico. Una muestra de ello, es la inclusión de apartados de trastornos ‘no especificados’ en muchas de las categorías del DSM-V. Situación que invita a clínicos inexpertos y pseudoterapeutas a señalar trastornos mentales donde posiblemente no existen (Caponi, 2018). A lo anterior se le suma la patente crisis del modelo DSM y de los constructos propios de la psicopatología clínica, en general.

¿Es útil el concepto de enfermedad mental?

Como hemos observado, la conceptualización de enfermedad mental ha jugado un papel muy importante en el desarrollo de la investigación y tratamiento de diversas variaciones psicológicas y conductuales, partiendo de convenciones socioculturales y de reportes estadísticos, de incidencia y prevalencia. Además, en la actualidad, la distinción de estos fenómenos como trastornos clínicos ha sido de gran utilidad para mantener a raya a una gran cantidad de pseudoterapeutas y charlatanes, quienes buscan dar a los fenómenos cognitivos y psicológicos explicaciones sobrenaturales o paranormales. No obstante, las distintas críticas que el modelo psicopatológico ha recibido a lo largo de los años han puesto de manifiesto claras debilidades que deben ser analizadas en este enfoque.

Por muchos años, la categorización de los trastornos mentales como enfermedades se ha visto sustentada por la promesa de que, en un futuro, será posible determinar la localización cerebral exacta y la explicación neuroquímica de estos padecimientos (Caponi, 2018). En relación con esto, los recientes avances tecnológicos en exploración neurológica han potenciado la posibilidad de alcanzar tales objetivos. No obstante, la ciencia aún está lejos de tener una respuesta definitiva a estas cuestiones. Debido a ello, es necesario aceptar que nuestro conocimiento sobre los diversos fenómenos psicológicos y sus manifestaciones anormales es más limitado de lo que solemos suponer.

Es cierto que la noción de enfermedad mental nos brinda una taxonomía muy útil para el estudio y tratamiento de los fenómenos psíquicos considerados anormales; no obstante, perder de vista la inestabilidad en los límites de estas designaciones y el peso que tiene su significado en la vida cotidiana; implicaría ver la psicología humana desde una perspectiva muy limitada. Ante esto, es necesario aprovechar las ventajas que el enfoque científico racional nos brinda, sin dejar de adoptar una postura crítica y contextualizada hacia nuestros propios descubrimientos.

Referencias:

  • Arnaiz, A., Uriarte, J. (2006) Estigma y enfermedad mental. Norte de Salud Mental, número (26), pp. 49-59. Recuperado de dialnet.unirioja.es
  • Caponi, S. (2018) La psiquiatrización de la vida cotidiana: el DSM y sus dificultades. Metatheoria, volumen (8), número (2), pp. 97-103. Recuperado de ridaa.unq.edu.ar
  • Foucault, M. (1986) Historia de la locura en la época clásica (original 1964). Ciudad de México. Fondo de Cultura económica.
  • Ruiloba, J. (2003) Concepto de enfermedad mental. Medicine – Programa de Formación Médica Continuada Acreditado, volumen (8), número (104), pp. 5585-5589. Recuperado de sciencedirect.com
  • Sánchez, R., Santos, C., González, E., Fagundo, E., Alejandre, G., De la Morena, J., Rodríguez, J., Del Campo, J., Díez, M., Vallés, N., Butrón, T. (2011) Medicalización de la vida (I), Revista Clínica Médica Familiar, volumen (4), número (2). Recuperado de scielo.isciii.es
  • Stucchi, S. (2013) Estigma, discriminación y concepto de enfermedad mental. Revista de Neuro-Psiquiatría, volumen (76), número (4). Recuperado de revistas.upch.edu.pe
  • Szasz, T. (2004) El mito de la enfermedad mental (original 1974) Buenos Aires, Argentina. Amorrortu Editores.
  • Vásquez, A. (2011) Antipsiquiatría: Deconstrucción del concepto de enfermedad mental y crítica de la razón psiquiátrica. Nómadas. Critical Journal of Social and Juridical Sciences, volumen (31), número (3). Recuperado de redalyc.org
R. Mauricio Sánchez
R. Mauricio Sánchez
Licenciado en Psicología por la Facultad de Ciencias de la Conducta de la UAEMex (México). Experiencia docente y en atención clínica en entidades privadas y públicas, como el Instituto de la Seguridad Social. Editor adjunto y redactor especializado en Psicología en Mente y Ciencia.

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R. Mauricio Sánchez
R. Mauricio Sánchez
Licenciado en Psicología por la Facultad de Ciencias de la Conducta de la UAEMex (México). Experiencia docente y en atención clínica en entidades privadas y públicas, como el Instituto de la Seguridad Social. Editor adjunto y redactor especializado en Psicología en Mente y Ciencia.