Las ‘personas tóxicas’ no existen: te lo aclaramos

Las 'personas tóxicas' no existen. Esta es una expresión cuyo uso popular solo ha logrado desviar la atención de problemas conductuales y de relación verdaderos.

En años recientes, es cada vez más común describir como “tóxicas” a aquellas situaciones o individuos que atentan contra nuestro bienestar o que obstaculizan nuestro desarrollo personal. Este adjetivo se ha vuelto tan popular en nuestra cultura, que en muchas ocasiones es utilizado sin reflexionar demasiado en su significado; dando por hecho que dicha designación hace alusión a una categoría clínica determinada, y que es algo más que un recurso metafórico para describir el efecto que tienen ciertas conductas cuando se presentan en una relación. Ante esta confusión, es importante aclarar que las personas tóxicas, no existen como tales; y que el uso de este término, lejos de identificar un problema determinado, desvía la atención de los verdaderos factores que pueden afectar negativamente la forma en que interactuamos con los demás.

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Como ya se ha mencionado, el adjetivo “tóxico” es un término que describe de manera metafórica la forma en que ciertas situaciones afectan negativamente a las personas; haciendo alusión a la manera en que determinadas sustancias dañan o deterioran un organismo. En este sentido, designar la supuesta toxicidad de conductas, personas o relaciones es sólo un recurso del lenguaje que ha mostrado ser muy efectivo, al describir el momento en que este tipo de dimensiones se vuelven perjudiciales para los individuos relacionados con ellas. No obstante, esta clasificación arbitraria ha ocasionado que problemas de distinta índole y origen sean objeto de una generalización sin fundamento, obstaculizando su distinción y tratamiento.

Calificar a una persona como tóxica, no solo implica estigmatizarla a partir de una serie de conductas o rasgos; sino que, además, significa explicar los conflictos que pueden existir en una relación, tomando en cuenta las acciones de un solo individuo. Esto conlleva a responsabilizar a una única persona de los problemas que se viven, sin considerar la naturaleza de la interacción entre esta y aquellos afectados negativamente.

Existen conductas “tóxicas”, no personas tóxicas

Aunque no existen consideraciones clínicas formales que avalen el distinguir ciertas conductas como tóxicas, es mucho más útil y adecuado emplear este término en el comportamiento, que aplicarlo a las personas. La razón de ello, es que todos podemos incurrir en conductas “tóxicas”, lo que implica que la toxicidad en una relación, se encuentra determinada por el tipo de interacción sostenida entre los distintos integrantes involucrados en ella, y no por la influencia de un individuo inherentemente dañino.

Al distinguir las conductas tóxicas y no a las personas como tales, somos capaces de analizar las relaciones en virtud del comportamiento de sus integrantes. Además, hacemos a un lado los prejuicios dirigidos y la creación de chivos expiatorios, al asumir nuestra responsabilidad y ser conscientes de nuestra propia conducta tóxica.

Como ya se ha comentado, la designación “tóxica” es una clasificación arbitraria que obstaculiza el distinguir la verdadera naturaleza de las dimensiones referidas de esa forma. No obstante, es posible reconocer ciertos comportamientos que son típicamente considerados, por profesionales y legos, como conductas tóxicas. Entre las más comunes tenemos las siguientes:

  • Emitir comentarios negativos sobre la conducta, las ideas o la apariencia de los demás.
  • Actuar de manera violenta cuando los deseos propios no son cumplidos.
  • Resaltar los fallos de los demás.
  • Evitar la comunicación
  • Buscar ser el principal centro de atención en una relación.
  • No aceptar los propios errores, responsabilizando a los demás de cualquier fallo.
  • Ridiculizar las opiniones ajenas.
  • Actuar de manera recelosa frente al éxito de los demás.
  • Buscar aislar a los seres cercanos de otras personas para que su relación con ellos o ellas sea la más importante.
  • Divulgar rumores.
  • Comunicarse de forma ambivalente.
  • Actuar solo para favorecerse.
  • Manipular los sentimientos y acciones de los demás.
  • Auto victimizarse.

(Torres, 2020; Sánchez, Salgado, 2018).

Existen relaciones “tóxicas”, no personas tóxicas

Cuando las conductas tóxicas se transforman en un patrón dentro de una relación interpersonal, se suele decir que esta se ha tornado tóxica. Este tipo de interacciones se han estudiado a fondo en las relaciones de pareja, pero también pueden presentarse entre familiares, amigos, o incluso dentro del ámbito laboral (Riso, 2004; Fernández, 2017; Sánchez, Salgado, 2018).

Existen relaciones tóxicas que no son fáciles de romper, ya que las personas se encuentran vinculadas a partir de la dependencia y el temor. Este es el caso de las relaciones amorosas emocionalmente tóxicas, caracterizadas por conductas de manipulación, culpa y violencia (Riso, 2004). Cabe señalar, que en este tipo de interacción se presenta un patrón de comportamiento agresivo o dominante, que comúnmente es reforzado de manera involuntaria por una actitud pasiva, dócil o de subordinación (Fernández, 2017). De esta forma, es posible distinguir que realmente no existen personas tóxicas, sino dinámicas de interacción interpersonal destructivas sustentadas por los patrones conductuales de todos aquellos que participan en ellas.

En este sentido, es justo decir que, por lo general, es mucho más sencillo considerar que existen solo unas cuantas “manzanas podridas” que afectan de forma negativa a quienes los rodean, mientras que los demás solo padecemos y reaccionamos a sus actos de violencia. Adoptando esta posición, se suele ignorar la influencia que tenemos en este tipo de interacciones agresivas, al tolerarlas, perpetuarlas o incluso incitarlas de forma involuntaria. En otras palabras, ignoramos el hecho de que también somos parte de la relación “tóxica”.

Es importante aclarar que esta postura no acusa a las víctimas de algún tipo de violencia, de ser las culpables de su situación. Solo sugiere que el poder reconocer nuestro papel dentro de una relación tóxica, es un recurso útil para salir de ella.

Causas de una relación tóxica

Es posible afirmar que no existen criterios universales que determinen aquellas relaciones que son tóxicas, ya que las personas son entidades únicas que interactúan de forma particular con cada una de las y los individuos que les rodean. No obstante, distintos investigadores y clínicos han encontrado ciertos factores comunes entre aquellas y aquellos sujetos que suelen relacionarse de forma violenta y destructiva. Entre las variables más mencionadas al respecto, tenemos las siguientes:

  • Las personas con baja autoestima son más propensas a establecer relaciones dependientes, donde se ejerce un rol dominante o una actitud pasiva.
  • Aquellos individuos cuya relación con sus cuidadores primarios se haya caracterizado por la dependencia o la violencia, son más susceptibles a entablar una relación tóxica.
  • La personalidad caracterizada por la pasividad puede llevar a la aceptación de conductas violentas, dominantes o de control.
  • La inmadurez emocional puede llevar a la idealización de la pareja o de los vínculos emocionales, dando como resultado que las conductas destructivas sean percibidas como normales en la amistad o el amor.
  • Crecer en un entorno familiar caracterizado por el abandono, la desconexión o el rechazo, puede generar inestabilidad emocional y miedo al abandono.

(Salazar et al., 2013; Fernández, 2017; Torres, 2020).

¿Qué se hace frente a una relación tóxica?

Para establecer relaciones interpersonales saludables es necesario saber reconocer los estados emocionales propios y acogerlos cuando se manifiesten (Goleman, 2008). Esto implica tener la capacidad de reconocer nuestro papel en el establecimiento de patrones conductuales tóxicos dentro de una relación, y poseer el valor y la voluntad de romper con dichos círculos viciosos. Desafortunadamente, las relaciones tóxicas suelen ser difíciles de interrumpir, debido a sentimientos de dependencia y temor, así como a la existencia de esquemas aprendidos en fases tempranas de nuestro desarrollo (Riso, 2004). Cuando esto sucede, la intervención de un profesional de la salud mental calificado que nos ayude a superar o desaprender dichos patrones destructivos, puede ser la mejor alternativa. Pedir ayuda de esta naturaleza es un recurso muy útil, sobre todo cuando existen relaciones tóxicas o no saludables con personas importantes en nuestra vida, como la familia o la pareja.

En todo caso, es importante tener presente que todos nuestros actos tienen una función en las diversas interacciones interpersonales de nuestra vida. Esto significa que, si bien nuestra propia conducta puede contribuir a la intoxicación de nuestras relaciones, también puede ser el recurso más importante para encontrar una solución a dichos conflictos.

Referencias

  • Fernández, S. (2017). Relaciones emocionales tóxicas de pareja, causas y consecuencias: Feminicidio. Universidad de Especialidades Espíritu Santo. repositorio.uees.edu.ec
  • Goleman, D. (2008). Inteligencia emocional. España, Barcelona. Editorial Kairós. ciec.edu.co
  • Riso, W. (2004). ¿Amar o depender? España, Barcelona. Granica. cutonala.udg.
  • Salazar, J., Castro, D., Giraldo, L., Martínez, M. (2013). Relaciones Tóxicas de Pareja. Psicología.com. researchgate.neton
  • Sánchez, N., Salgado, S. (2018). Manifestaciones de conductas tóxicas en el lugar de trabajo y síntomas asociados al estrés en una organización dedicada a la función notarial en la ciudad de Manizales. Universidad de Manizales, Colombia. ridum.umanizales.edu.co
  • Torres, A. (2020). Perfiles psicológicos en una relación tóxica. Repositorio Institucional UIB. dspace.uib.es
R. Mauricio Sánchez
R. Mauricio Sánchez
Licenciado en Psicología por la Facultad de Ciencias de la Conducta de la UAEMex (México). Experiencia docente y en atención clínica en entidades privadas y públicas, como el Instituto de la Seguridad Social. Editor adjunto y redactor especializado en Psicología en Mente y Ciencia.

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R. Mauricio Sánchez
R. Mauricio Sánchez
Licenciado en Psicología por la Facultad de Ciencias de la Conducta de la UAEMex (México). Experiencia docente y en atención clínica en entidades privadas y públicas, como el Instituto de la Seguridad Social. Editor adjunto y redactor especializado en Psicología en Mente y Ciencia.