Antes de desarrollar en profundidad los diversos procesos que conforman los diferentes tipos de memoria, a corto y largo plazo; es importante destacar que para que se dé un adecuado proceso de almacenamiento de información es fundamental iniciar con una buena atención. De acuerdo con Rueda, Conejero y Guerra (2016), se refiere a un «estado de activación adecuado que permite a un individuo seleccionar la información que desea procesar con mayor prioridad y eficacia, así como controlar de forma voluntaria y consciente el comportamiento” (p.1), es decir, la atención es una capacidad cognitiva que facilita seleccionar qué elemento se va a procesar por uno o varios canales sensoriales, ejerciendo de filtro atencional de información.
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La importancia de la atención
La atención en sí misma no es una función unitaria, sino que por el contrario tiene varias fases, cada una más compleja que la anterior (Londoño, 2009):
- El arousal o nivel de activación o excitación cortical: Corresponde al nivel de alerta y conciencia mínima para poder procesar la información.
- La atención sostenida: Permite mantener ese foco atencional por el tiempo suficiente para procesar el estímulo en su totalidad.
- La atención selectiva: Permite determinar qué estimulo se va a atender, y cuáles se van a inhibir; es decir, facilita ignorar distractores.
- La atención alternante: Permite cambiar el grupo de respuestas, alternar entre estímulos o cambiar canales sensoriales, por ejemplo cuando estamos leyendo y alguien nos habla.
- La atención dividida: Permite responder simultáneamente a varios estímulos, como por ejemplo, conversar mientras se mira un programa de televisión, sin perder el hilo de ninguno.
Tipos de memoria humana
La memoria, lejos de ‘guardar información’, comprende un proceso complejo al igual que la atención. Especialmente para fines investigativos y académicos, los tipos de memoria se clasifican en tres grandes grupos (Bajo, et. al, 2016):
- Memoria sensorial: responde a la información almacenada por medio de los sentidos, la cual tiene una duración de milisegundos, y permite que procesos más complejos -como la atención- seleccionen la información relevante, de modo que la irrelevante sea desechada y no se almacene.
- Memoria a corto plazo: Tiene una duración de unos cuantos segundos y permite mantener presente la información por periodos cortos de tiempo, continuando con el procesamiento de la información sensorial, y en donde, dependiendo de la relevancia, continua con el proceso de almacenamiento.
- Memoria a largo plazo: Permite el almacenamiento de información de forma duradera, a la cual se puede acceder de forma voluntaria o involuntaria.
Tipos de memoria a largo plazo
Asimismo, la memoria a largo plazo se puede dividir en memoria declarativa o explicita y no declarativa o implícita, lo cual se determina dependiendo del acceso consiente o no a la información (Bajo, et. al, 2016).
Memoria declarativa o implícita
Cuando hablamos de memoria declarativa o implícita, nos referimos a aquella información a la cual accedemos de forma consiente, cuando voluntariamente intentamos recordar algo que vivimos o aprendimos en el pasado; dependiendo de cómo se adquirió ese conocimiento, se divide en dos tipos de memoria (Bajo, et. al, 2016):
- Memoria semántica: comprende el conocimiento adquirido a lo largo de nuestra vida sobre el mundo, los elementos y las personas que nos rodean y el significado de los conceptos. Por ejemplo, saber cuántos planetas conforman nuestro sistema solar y cuáles son sus nombres, los elementos de la tabla periódica y el nombre del presidente o presidenta de nuestro país; sí, está muy relacionada con procesos académicos. El recuerdo se relaciona más con el saber/no saber, y poco se relaciona con detalles contextuales.
- Memoria episódica: hace referencia a situaciones o hechos específicos que ocurrieron en nuestra vida, y de los cuales formamos parte o con los que tenemos una relación directa. Estos recuerdos abarcan cumpleaños, matrimonios, celebraciones y también accidentes y eventos traumáticos y vergonzosos. Cuando pensamos en estos eventos, nos transportamos a ese momento, situándonos mentalmente en la situación original.
A nivel neuroanatómico, la memoria declarativa se ubica inicialmente en el lóbulo temporal medial, pero también se han encontrado, por medio de imágenes diagnósticas, que el lóbulo prefrontal juega un papel importante en el proceso de evocación, y se activa de forma diferente dependiendo del tipo de recuerdo, activándose la corteza prefrontal izquierda durante evocación semántica y la derecha en evocación episódica (Cabeza y Nyberg, 2000).
Memoria no declarativa o implícita
Por otra parte, tenemos la memoria no declarativa o implícita, que se refiere a aquellos momentos de recuperación de información de forma no consiente, es decir, no hay un ejercicio voluntario de búsqueda de información. Al igual que la memoria explicita, se divide en dos tipos de memoria:
- Memoria perceptiva: Se refiere a un contenido pre-semántico, y hace referencia a un conjunto de componentes dentro de los que se encuentra información visual, auditiva, estructural de los elementos, etc. La memoria perceptiva facilita el reconocimiento del lenguaje hablado y escrito, pues almacena información estructural de elementos, sonidos, etc. Evidencia de esto es la facilitación perceptiva o priming, que precisamente indica la facilitación del reconocimiento de un elemento gracias a la exposición reciente al mismo, como cuando recibimos una llamada, y al ver el número en la pantalla pensamos «este número ya me ha llamado», aun cuando no lo sepamos de memoria.
- Memoria procedimental: Es el conocimiento que poseemos para realizar diferentes actividades como escribir, conducir o montar en bicicleta que, una vez aprendidos se realizan de forma automática, sin estar mediados por el lenguaje; todo esto, a pesar de que se hayan aprendido de forma semántica. Evidencia de esto es la dificultad que tenemos para verbalizar la serie de pasos o la forma en la que se realiza esta actividad ¿Cómo se mantiene el equilibrio en una bicicleta? O ¿Cómo bailar?
Cerebralmente, se ha ubicado la memoria procedimental en estructuras como los ganglios basales, la corteza motora y el cerebelo que además se relacionan con el movimiento, la coordinación y el equilibrio.
Emoción y aprendizaje
Recientemente, principalmente en contextos educativos, se ha comenzado a trabajar el aprendizaje en relación con las emociones. Se han evaluado procesos llevados a cabo en la corteza orbitofrontal, región que diferentes trabajos relacionan con la motivación y que interviene de forma positiva en el aprendizaje. También se han realizado estudios sobre el papel de la amígdala, que regula las emociones y está interconectada con el hipocampo y la corteza prefrontal. Así, en situaciones de ansiedad, ira o miedo intenso, bloquearía procesos de almacenamiento de información; mientras que en espacios positivos favorece el aprendizaje. Podemos decir que hay indicios que apuntan a que ‘cerebros felices’, adecuadamente estimulados y ante eventos novedosos y llamativos, aprenden de una forma más afectiva (de la Fuente y de la Fuente, 2014).
Referencias:
- Bajo, T., Fernéndez, A., Ruiz, M., y Gómez-Ariza, C.J. (2016). Memoria: estructura y funciones. En Bajo, T., Fuentes, L. J., Lupiañez, J., y Rueda, R. (Eds). Mente y cerebro: de la psicología experimental a la neurociencia cognitiva. Recuperado de:dialnet.unirioja.es
- Cabeza, R. y Nyberg, L. (2000). Neural bases of learning and memory: functional neuroimaging evidence. Current opinion in neurology, 13 (4), 415. Recuperado de: www.researchgate.net
- De la Fuente, J. y de la Fuente, J. (2014). Implicaciones de los conceptos actuales neuropsicológicos de la memoria en el aprendizaje y en la enseñanza. Ciencia ergo sum (22) 1, 89 – 91. Recuperado de: dialnet.unirioja.es
- Londoño, L. P. (2009). La atención: un proceso psicológico básico. Pensando Psicología, 5 (8), 91-100.
- Rueda, M. Conejero, A. y Guerra, S. (2016). Educar la atención desde la neurociencia. Pensamiento Educativo. Revista de Investigación Educacional Latinoamericana, 53 (1), 1-16